viernes, 12 de noviembre de 2010

Santiago


Huelo voces, sonrío aparentemente, intento dirigir mi rostro hacia la salida, busco un pensamiento de paz, pero las nauseabundas miradas me rodean, las caras sudadas, sus muecas de muerte. Y yo no soy diferente…


Maldito verano en Santiago, maldita gente y maldita yo, maldito humo que me circunda y a lo lejos oigo metales que se revuelven al son de la autocompasión de un ciego a la salida del metro, un murmullo constante y el agobiante temblor de la llegada de cada tren a la estación.


Busco aire y me siento en las baldosas frías, y ni miro si a alguien le parezco estorbosa, porque todo el resto se traga mi voluntad, se comen mi alegría y manosean mis ganas de estar.


Maldito verano en Santiago, cuando me levanto suponiendo que veré la cordillera y me encuentro con miles de torres de cemento, busco aún más arriba y me aplasta la ahogante atmosfera, el silbido angustioso de lo que aparenta ser aire que se escapa por las latas de mi entretecho.


Me baño y rasguño ese aire pegado a mi piel, rasguño la negrura acumulada y entre mis cabellos toco mi cabeza y mis dedos masajean con un ritmo complaciente, agarro mis mejillas con los dedos en mis cuencas y aplasto intentando despertar, pero sigo ahí...





NB

No hay comentarios:

No somos esfinges

Antes de todo aclarar que no se trata de un texto político ni económico, es de las idiosincrasias que ha generado la igualdad de género com...