Huelo voces, sonrío aparentemente, intento dirigir mi rostro hacia la salida, busco un pensamiento de paz, pero las nauseabundas miradas me rodean, las caras sudadas, sus muecas de muerte. Y yo no soy diferente…
Maldito verano en Santiago, maldita gente y maldita yo, maldito humo que me circunda y a lo lejos oigo metales que se revuelven al son de la autocompasión de un ciego a la salida del metro, un murmullo constante y el agobiante temblor de la llegada de cada tren a la estación.
Busco aire y me siento en las baldosas frías, y ni miro si a alguien le parezco estorbosa, porque todo el resto se traga mi voluntad, se comen mi alegría y manosean mis ganas de estar.
Maldito verano en Santiago, cuando me levanto suponiendo que veré la cordillera y me encuentro con miles de torres de cemento, busco aún más arriba y me aplasta la ahogante atmosfera, el silbido angustioso de lo que aparenta ser aire que se escapa por las latas de mi entretecho.
Me baño y rasguño ese aire pegado a mi piel, rasguño la negrura acumulada y entre mis cabellos toco mi cabeza y mis dedos masajean con un ritmo complaciente, agarro mis mejillas con los dedos en mis cuencas y aplasto intentando despertar, pero sigo ahí...
NB
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