sábado, 19 de julio de 2014

Culto, trance y fiebre mundialera

En los días que transcurrió el mundial de fútbol, alguien, no recuerdo quien, me dijo "esta es la única época en que uno puede poner como foto de perfil la bandera chilena sin denotar algo político" (o algo así), y pensé que tenía mucha razón, en esta época la gente se le permite ser nacionalista, poder sentirse orgullosos del país al que pertenecen y manifestarse en todas las formas posibles, sintiendo esa efervescencia de la "comunión" con la gente y la colectividad en cuanto un evento de fácil acceso para todos.

Sin embargo, yo me mantenía a un lado de toda la dinámica, aprovechando los horarios de los partidos para salir, disfrutando de las calles vacías, y aprovechando los vestigios de los partidos en donde le iba bien a Chile, para encontrar a la gente de buen humor y relajada. Sin embargo, mi simpatía a estos hechos secundarios al partido se juntaban con la antipatía que le tengo a la hinchada o a los que justificaban un comportamiento mandrílico con el apoyar a Chile, porque si, no niego que todo lo visceral se me remueve al oír al alguien vociferar sus preferencias de equipos de fútbol, y más aún me desagrada ver como un país se paralizaba por ver a once individuos correr tras una pelota. 

Y más aún ver como gente sin recursos materiales y culturales, se gastaban lo que no tenían en celebraciones, y para que hablar de los que viajaron para ver a su querido equipo, y entonces vuelvo a este sentimiento de comunión, a la colectividad, a las masas... y creo no estar equivocada al pensar que si el fútbol no congregara esta dinámica social, muchos de los autodenominados fanáticos, ni sabrían de las reglas del fútbol y mucho menos invertirían dos horas en ver como un grupo de personas se pasan la pelota para meterla a un arco, pues, seamos honestos, no sería emocionante si no fuera por la "hinchada", la efervescencia en el aire no la hace el equipo de fútbol, la hacen los que los siguen.

Y entonces me es fácil comprender en fanatismo, se me viene a la cabeza la visión de una masa humana orando con los ojos cerrados y en trance, puedo recordar a una amiga de infancia contándome que cuando oraba para entregarle la palabra de Dios a la gente en la calle, ella sentía que se elevaba, recuerdo los cánticos de las grupos scouts en donde se rompen la garganta de puro orgullo por su grupo, recuerdo a los institutanos cuando se encuentran años después y vociferan su himno del liceo con melancolía de tiempos pasados... y un sin fin de manifestaciones colectivas, que pretenden ser oídas o vistas por quienes no pertenecen, para demostrar superioridad de alguna clase.

Y encuentro la razón del porque mi estómago tiembla, porque me desagrada tan profundamente (y le temo también), y es que el dogmático fanatismo ha separado y desunido gente como nada en el mundo, y al no basarse en absoluto en la razón no hay forma de extinguirla, pues no hay argumento que derribe el cántico de un grupo de personas dispuestas a matar debido al trance en que se encuentran, no hay forma de dialogar, no hay forma de defenderse frente a la agresión que implica amar algo por sobre la lógica y el propio bienestar.

Y entonces si la fe es el opio del pueblo, en ésta nueva sociedad, el fútbol es el opio del pueblo... pan y circo, mientras que los pocos que no disfrutamos de este deporte nos sentimos violentados por la programación televisiva, violentados por no poder salir a la calle con tranquilidad, violentados por el vecino fanático, violentados en la micro, el metro, el trabajo... porque en cosa de fútbol, así como en cosa del cultos, uno cree o no cree, no hay puntos medios, no hay consenso, no hay razón, no hay individualidad, sólo la masa furibunda e inverosímil que avanza con fuego y lanzas por la calle, reclamando el espacio público, porque claro, el fútbol es Chile, el fútbol es de todos los chilenos.


NB

No somos esfinges

Antes de todo aclarar que no se trata de un texto político ni económico, es de las idiosincrasias que ha generado la igualdad de género com...