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Mi boca sabía a té, eso era un claro indicio de haber estado en casa de mi madre, las cosas parecían más claras, como si ella fuese mi oráculo o algo por el estilo. Y mientras caminaba recitaba algunas palabras, algunas frases, cosas que “debía tener siempre claras”, cosas como dignidad, sabiduría, imparcialidad en mis decisiones, rodearme de cosas que mantuvieran mi felicidad…
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Mi boca sabía a tabaco, eso era un claro indicio de que salí de casa de mi madre con las cosas tan claras, que me dolían, más que si aún tuviera esa cuota de esperanza o “estupidez”, como sea; estaba más oscuro. Lo que pasa es que cuando uno se hace consciente, todo pesa más, más que ser una simple victima o peón del juego.
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Entonces juego con las opciones moralmente permisibles, las fantásticamente posibles y las que me llevan a nada y estas últimas son las que mas me gustan. Resultaba que era un día normal, y los siguientes también y no haría más que sentarme a ver que pasa si no hago nada; tiendo a jugar con los límites, pero a veces me topo con ellos y solo me da tiempo para sentir el golpe de caída.
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Mi boca sabía a chocolate, era un claro indicio de que la fecha tope se acercaba y me había abandonado a la terrible ansiedad de llenarme con azúcar en vez de respuestas, solo eran las diez de la mañana y mi día ya había acabado, no pensaba levantarme salvo cuando las provisiones se acabaran.
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Pero resulta que llega la motivación de forma repentina, de algún comercial o un leve pensamiento y de pronto me hallaba duchada, depilada, maquillada y lista para desenredar mi vida. Entonces desempolvo mis neuronas, me pongo una chaqueta y embisto al día con mi presencia en las calles.
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Natalia Bevilacqua