lunes, 14 de abril de 2008

La rosa se fue con el siniestro

Era un día de todo sol. Toda alegría. Y la gente parecía enrostrada, mientras en mí simplemente había una leve sensación de agitación, una leve sensación de felicidad, una pizca de revoltosa juventud y una rosa que pululaba en mi cabello cada vez con cada risa y suspiro. De mi vientre venía el calor de estar viva, era como fresca y sabía. Un cosquilleo leve me delataba pues sonreía como si tuviera una razón para ello, pero estar respirando el aire que me atenuaba, me mantenía elevada. El oxigeno me sobraba, la piel se me hacia poca. Una libertad extensa, una sonrisa sutil.

Estaba como llena y mi saliva sabia a risa. Tanto bien no puede estar bajo mi carne, tanta paz no podía durar mucho. Siempre ha sido más fácil escribir de desgracias, pero la rosa no sabía de eso.

Y entre tanta alborada se acallo la rosa junto a su caída, así llegaba en sigilo el siniestro. Y en una caída más seria suya, yo del siniestro. Y mi agitación no era de júbilo, ahora era mi falta de aire. Querer escapar. Podía oler mi ansiedad y el miedo también. La rosa observaba triste porque murió y yo no volví por su frágil causa. Corrí con mis fuertes piernas y el hedor de mi error, de mi ignorancia e infantilismo me seguía, cuan sombra te sigue hasta que se apodera por la noche junto a mil sombras, odiando a la noche junto a su luna viví para escapar de ella, pues sucumbiría en la soledad de mil estrellas si no escapaba.

Pero mi rosa no volvería y ni la mayor alegría la haría colorearse de rosa otra vez. Al menos yo estoy bien; escapando y persiguiendo mi bien mayor.

No somos esfinges

Antes de todo aclarar que no se trata de un texto político ni económico, es de las idiosincrasias que ha generado la igualdad de género com...