lunes, 9 de marzo de 2009

A las siete

El ocaso de nuestras palmas prende en la sangre
como el sol embravece al mar a las siete…
yo se que lo recuerdas.

Y en la somnolencia de no llegar al abismo de Morfeo,
escucho su voz susurrando; recitando mi nombre,
mientras sus empedradas caricias construyen su camino enceguecido
me quedo junto a su compás silencioso
a su razón endurecida y su alma caída.

En su cadencia y su piel hay cristales,
hay argumentos y verborrea que nada importa para mi amor
y es que el ritmo de su vida y su andar vertiginoso
han dejado grietas en nuestra casa,
pero su voz no se ha disuelto, sigue en miel.

El aire se fuga por las grietas de nuestra casa
y el frío nos cubre las pieles,
mientras el ocaso de nuestras palmas prende en la sangre
como el sol embravece al mar a las siete…
yo se que lo recuerdas.





NB

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