miércoles, 25 de febrero de 2015

Paradojada

Son muchos los sucesos que conforman una persona, son miles los instantes que determinan un destino, es como miles de pixeles torrenciales que golpean a tu rostro, donde no es posible cerrar la boca por mucho tiempo, ni vale la pena intentarlo… ahora lo sé, pues ahora sé que cada pequeña partícula de realidad que pretendía no ver, cada una, hizo laceraciones profundas en mi pecho.

Con la incompetencia de quien vive por primera vez me sumergí hasta que mis oídos se hicieron inmunes a las melodías, prefería el sonido ciego que ver, la verdad es que decepcionarse de la verdad provoca lamentaciones que uno quisiera hundir, pero proviniendo de la misma urdimbre de uno, me entumecí hasta que el pavimento creció sobre mí.

Los rescoldos de mi carne pixelada ya no veían más, así que podía pretender que me sanaba, aun en mi lecho frio y oscuro, pues tal lugar sólo escarchaba mi alma de antiguas angustias, de algún modo las había aprendido a padecer, y si el mundo desea girar bien podrá hacerlo conmigo bajo cemento.

Las semanas y meses transcurrían haciendo crecer un hilo de temor por no salir más, tiznando mi ilusión de quedarme ahí, y mis pies traicioneros florecieron por la ínfima grieta que ocultaba de mi propia vista. Lamentable que la masa que creí indemne haya trisado mi destierro, y no quiero, yo no quiero despertar.

El ínfimo espacio se llenaba de aire fragante, llenándose de rezagos de vida la bóveda que me impelía a morir, y siendo la imposibilidad de escindir mis deseos la última aliciente que quedaba para salir de ahí, me forcé con la convicción ciega de un dios a que afuera no debía retornar, grité, silbé, hice apneas eternas, me volví mezquina sobre mí y cuando el sonido amargo de mis lamentos se volvió mantra ya no quise detenerme.

Si, mi pecho en la fría caverna nunca sanó, quizá con el tiempo ocurriría, no obstante enraicé, canté y enarbolecí; la tendencia vital de quien palpita puede más que una convicción pueril y querer protegerme del mundo y su realidad no hizo más que atronarme contra él.

Mi voz encauchada, pero vibrante fue oída, mis ramas habían dado sombra y consuelo,  y mis raíces nutridas, sólo hacían de mi condición alienada una blasfemia a los esfuerzos de mis carnes por no fallecer.


Y habiendo dado tal señal de mi existencia, mi destino no podía ser otro que la paradoja final: ser amada.


NB

No hay comentarios:

No somos esfinges

Antes de todo aclarar que no se trata de un texto político ni económico, es de las idiosincrasias que ha generado la igualdad de género com...