Su cabeza latía, el dolor invariable de su pesar y toda la verborrea de sus padres. Ella ahí, menguante en su cama y las sobrepuestas imágenes de su pecado con los gritos de su madre, la decepción y la angustia. El devenir incesante e impostergable.
Su corazón latía, como si todo no fuera suficiente. La soledad de su momento más triste; clamaba por que la contuvieran como alguna vez lo hizo sin ninguna razón. Latía de pura soberbia, pues no había que pensar mucho para saber que era un sentimiento inválido y postrado a ser siempre una fantasía.
Su estomago latía de puro vértigo de verse caer y no saber donde, de caer y no querer saber donde; latía de ganas de vomitar, como quien se deshace de una cría desforme.
Su vientre latía, clamando a punto de llorar así como un cerdo antes de morir; latía como si hubiera un cerdo esperando, inescrupuloso, insensato y analógico de todo lo que ocurre afuera.
Sus manos latían de vacío, como si quisieran tomar la cuerda que distrae al abismo; como si ella existiera. Por que ya no espera una mano para su mano, sus palmas no la reconocerían. La soga era lo que buscaban en su oscuridad y a ratos abrazaban sus propios brazos, como queriendo contener lo inevitable.
Sus labios latían repitiendo lo que nunca dijo; latían contando el tiempo y sintiendo como el calor se iba con su esperanza, lo hacían como si besarán. Pero era irónico, esos labios jamás volverían a besar. Latían exprimiendo el último momento con sabor a odio, el último momento con la agria sensación de haberlo hecho mal. Y por ultimo latían pidiéndose perdón a sí misma.
Ella latía sin esperar más que terminar de caer.
Para una eclipsada mente escribir es mas posible y si la persecución no tiene fines claros es mejor aún; es como no tener fines de lucro. Eso es lo que anhelo encontrar...
lunes, 31 de marzo de 2008
No somos esfinges
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